La realidad del país en cuanto a nuestros ecosistemas es que el 53 % del territorio chileno es árido y, según datos de la ONU, un 23 % se encuentra en proceso de desertificación. La gran extensión del desierto explica la gran proporción del territorio que se puede calificar de “seco” y que es una característica natural y estructural del país, no obstante, las cifras de desertificación hablan de un proceso activo que avanza entre las regiones de Coquimbo, Valparaíso, Metropolitana y O’Higgins.
En estas regiones donde avanza la desertificación hay nada menos que 604.487 has de cultivos, hortalizas y frutales que son parte estructural de los alimentos que ponemos en nuestras mesas, por lo que las acciones en este sentido no solo generan un impacto en lo productivo, sino también en la seguridad agroalimentaria del país.
La desertificación como proceso se genera por una reducción en la disponibilidad de agua durante un periodo prolongado de tiempo, y por el efecto de la actividad humana sobre la erosión de los suelos y la sobreexplotación por diversas industrias de los recursos hídricos, incluyendo a la agricultura y la ganadería.
Hace un tiempo señalé en la prensa que “el futuro de la agricultura se sustentará en suelos biológicamente activos, llenos de vida, en donde crezcan plantas de amplia variedad y características; sólo de esa manera podremos sortear las incertidumbres climáticas que agitan nuestros ecosistemas”, y lo sostengo. Pero la tendencia que se observa es hacia el deterioro de los suelos más que hacia su activación y enriquecimiento, y el tiempo está en nuestra contra.
Como nunca cobra relevancia hurgar y explorar respuestas. ¿Qué técnicas pueden revertir la situación en nuestros ecosistemas y cultivos en el corto o mediano plazo? Hemos avanzado en estos temas, pero no lo suficiente. Por eso en 2023 creamos el Centro de Estudios de la Biodiversidad en el Valle del Elqui, para investigar y desarrollar tecnologías con énfasis en la conciliación entre la producción agrícola y la protección de la biodiversidad, funcionando como un “laboratorio natural” de prototipado para sistemas productivos chilenos y el mundo con similares condiciones climáticas.
En el INIA creemos en el desarrollo de una “agricultura del desierto” y que en el propio Norte Chico están las respuestas para prevenir y adelantarnos a los efectos de la sequía en el resto del territorio central. Pero necesitamos más esfuerzos concretos en esa línea. Entre más rápido entendamos como sector productivo que no es necesario dañar un ecosistema para producir, más rápido podremos reducir la incertidumbre del futuro y cruzar el umbral de la sostenibilidad.
Equipo Prensa
Portal Agro Chile