La gestión del agua en Chile se parece a una contienda desigual, como aquella librada hace más de 140 años en Iquique. Mientras algunas Juntas de Vigilancia cuentan con tecnología avanzada, otras enfrentan la crisis hídrica con herramientas insuficientes, como si en pleno combate dependieran de un barco de madera contra un enemigo cada vez más implacable. En este escenario, la pregunta es ineludible: ¿cómo construimos resiliencia hídrica en un contexto de cambio climático y creciente variabilidad?»
En esta batalla por el agua, no basta con el coraje y la dedicación de quienes la gestionan; se necesita modernización y estrategia. Mientras en otros países la inversión en tecnología hídrica es una prioridad, en Chile aún delegamos esta responsabilidad a organizaciones que, con escasos recursos y poco apoyo estructural, deben enfrentar sequías e inundaciones cada vez más intensas. La diferencia entre resistir y avanzar no está solo en la voluntad, sino en contar con las herramientas adecuadas para la tarea.
La Junta de Vigilancia del río Maipo es un caso ejemplar de modernización. Gracias a la telemetría y automatización, y a un equipo de trabajo altamente calificado, han optimizado la distribución del agua, minimizando pérdidas y fortalecido su capacidad de respuesta ante eventos climáticos extremos. Sin embargo, esta eficiencia es la excepción, no la norma.
En contraste, muchas Juntas de Vigilancia y Comunidades de Aguas operan con medios limitados. Sus directores, que dedican tiempo fuera de sus labores, asumen este trabajo no remunerado con la convicción de beneficiar a sus usuarios. Pero la falta de herramientas y apoyo dificulta su tarea. Ante esta realidad, surge una pregunta clave: ¿cómo fortalecemos estas organizaciones, esenciales para la seguridad hídrica del país, para que enfrenten con éxito los retos del futuro?
El problema no es solo técnico, sino estructural. La modernización de la gestión del agua no ha sido una prioridad en la agenda nacional, destinando, por ejemplo solo un 0,002% del PIB en investigación y desarrollo (I+D) en hidrología. Hemos delegado la responsabilidad a cada organización de usuarios, sin reconocer que la inversión en tecnología hídrica no es un lujo, sino una necesidad estratégica.
El desafío es cultural y financiero. En España o Estados Unidos, los sistemas de distribución de agua cuentan con financiamiento permanente, lo que facilita la modernización continua. En Chile, en cambio, la actualización depende del bolsillo y esfuerzo de cada organización, sumados a un cofinanciamiento estatal irregular, disperso entre múltiples agencias sin una coordinación clara a largo plazo.
Si no reducimos la brecha tecnológica en la gestión del agua, seguiremos condenados a un sistema desigual: unos pocos adaptados y el resto en vulnerabilidad total ante eventos extremos. La solución no radica solo en regulaciones o subsidios, sino en un compromiso conjunto entre usuarios, empresas y el Estado para asegurar el acceso equitativo a herramientas que permitan gestionar el recurso con información y eficiencia.
En el Día Mundial del Agua, la reflexión es clara: sin datos, sin tecnología y sin planificación, seguiremos reaccionando a las crisis en vez de prevenirlas. La resiliencia hídrica de Chile se construye hoy, con decisión y acción. Tal como en Iquique la superioridad de un buque de hierro cambió el curso de la batalla, sequías e inundaciones hoy nos asedian nuevamente. Es momento de dejar atrás el barco de madera y avanzar hacia uno más robusto que nos permita enfrentar la batalla contra el cambio climático.
Por Emilio de la Jara, CEO de Capta Hydro.