Por Rodrigo Yáñez Rojas Investigador Principal
Rimisp – Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural

A fines de marzo, nos reunimos en la Universidad Federal de Río Grande del Sur, en Porto Alegre, Brasil, un grupo de investigadores, estudiantes, representantes de organizaciones políticas y de la sociedad civil, agencias multilaterales y representantes de Estado, provenientes de América Latina, África, Europa y Asia. El objetivo fue reflexionar en torno a los 10 años después que las Naciones Unidas declarara el 2014 como el Año Internacional de la Agricultura Familiar (AF), con el propósito de reconocer su importancia en la reducción de la pobreza y la mejora de la seguridad alimentaria a nivel mundial.

A través de distintos paneles, se discutió el contexto actual de la AF, los avances y retrocesos observados, y los desafíos a futuro. Un punto en común en las distintas ponencias fue que cualquier evaluación de la AF está cruzada por los efectos de la pandemia. Hay un antes y un después del 2020. Por los efectos que implicó en términos del aumento de la pobreza, la inseguridad alimentaria, un contexto de reactivación productiva que no termina de cuajar; pero sobre todo por la aceleración histórica que ha experimentado el mundo en estos últimos años y la constatación de la triple crisis planetaria: contaminación, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, que está afectando directamente a la ruralidad.

Mucho se puede decir sobre cada uno de estos temas, los que se abordaron a través del resultado de investigaciones, diagnósticos y agendas. Ahora bien, las discusiones que ahí se dieron tal vez se pueden resumir en tres grandes puntos.

Lo primero, es comprender que la triple crisis planetaria que enfrenta la agricultura familiar tiene una profundidad y radicalidad similar a la que se experimentó durante la emergencia de la Revolución Verde en los años 60. Aquella revolución estuvo enfocada en combatir el hambre mediante el desarrollo de una serie de innovaciones para aumentar la producción agrícola. De ahí que se extendieran alrededor del mundo los fertilizantes y otros insumos químicos, se experimentara con variedades de cultivo de alto rendimiento, se avanzara en el uso de maquinarias, entre otros elementos que hoy son cuestionados por una parte importante de la agricultura familiar. Por ejemplo, por los efectos del uso de insumos en el medioambiente, el estado de los suelos, el impacto en la salud humana, además de generar dependencia a estas prácticas y aumentar los costos de los insumos agrícolas.

Sin embargo, más allá de las evaluaciones que se tengan de las medidas implementadas por la Revolución Verde, la presión que hoy están mostrando los ecosistemas y los sistemas productivos de la agricultura familiar instan a pensar que se deben tomar medidas de ese calibre, que revolucionen los sistemas productivos agrícolas a escala global para afrontar los desafíos que se experimentan en este siglo XXI.   

Un segundo elemento para destacar, y muy vinculado al desafío antes expuesto, es que la situación actual implica innovaciones de gran escala y estrategias de cambio centradas más en la adaptación que en la mitigación. Al mismo tiempo, la agricultura familiar es uno de los segmentos más pobres a nivel mundial. La pregunta que nos debemos hacer para orientar las políticas públicas y estrategias de acción se vincula, entonces, a cómo los agricultores familiares se van a sumar a los ajustes que tienen que hacer sus sistemas productivos. Si bien la AF tiene mucho que aportar para destrabar este nudo y siempre se ha caracterizado por su resiliencia, también es cierto que las condiciones socioeconómicas en que se encuentra la ponen en un escenario de mucha presión, donde la adaptación requiere tiempo de aprendizaje, experimentación y socialización de resultados.

Como tercer y último punto, en el seminario se discutió qué posición política va a tomar la AF para enfrentar este escenario de cambios. Esto implica definir qué aliados va a buscar y si establecerá canales de comunicación buscando una coexistencia con las narrativas hegemónicas de hoy día -particularmente el mundo financiero y la lógica de la austeridad fiscal-. A partir de ello surge la pregunta: ¿La AF va a hablar ese lenguaje o se va a mantener al margen? Y de establecer canales de comunicación, ¿qué se le puede decir a esos sectores? 

Con la retracción de la cooperación internacional y las limitaciones que muestran las políticas públicas que acompañan a la AF, es necesario renovar los vínculos con actores y estrategias que se quieren fortalecer. Las discusiones del seminario permiten reconocer que la reducción de la pobreza y la mejora de la seguridad alimentaria a nivel mundial siguen siendo dos pilares fundamentales, a los cuales se suma con mucha fuerza el resguardo de la biodiversidad.

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Equipo Prensa
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